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A veces, resulta que lo más viejo es también lo más joven... por fortuna. Pues con ello se da testimonio de que la infancia en el hombre y en la historia persiste, de que persiste ese último fondo de sentir originario y original bajo las circunstancias históricas. Y se echa de menos que el sabio que se ocupa de prehistoria o de arqueología, o de historia de las religiones, no vaya a descubrir en las actitudes diarias muchas formas de sentir aún vigentes que explicarían el signo ambiguo hallado en la piedra, o el hermético documento que tan perplejo le deja.
Y aun el sociólogo, que ha venido a ocupar casi el lugar del teólogo y del filósofo antiguo vería esclarecida su ciencia, si se inclinase humildemente ante las creencias que rigen la vida cotidiana o ante eso que se llama folklore. El folklore que no es más que la persistencia viviente de creencias y sentires en que la espontaneidad del alma de un pueblo se expresa, sueña.
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